lunes, diciembre 7

Palabra Discipular Año IV Semana 194




Mateo 18, 23-35.  Todo este capítulo tiene un tema central, el de las relaciones con nuestros hermanos, lo cual constituye el tema principal de toda la Biblia en comparación con el tema de nuestra relación con Dios, con el cual no tenemos tantas dificultades como con nuestro prójimo y por ello el material sagrado tiene más recomendaciones y enseñanzas respecto a los otros que respecto a Dios y es que allí radican nuestras falencias principales y que necesitan ser reparadas. La Biblia no es un libro para el cielo, sino para los hombres en sus realidades brutales en la tierra, es el libro más realista que ningún otro de religiosidad, y es que es más que religión es revelación para la transformación del hombre en su propia historia. Podemos llamarlo un manual de ética, de conducta, de interrelaciones, de deberes para con los otros. Claro, por supuesto, no deja de ser un libro que primero nos relacione con el Autor de la vida, la primera y restaurada ahora en su Hijo, y eso es lo primero pues sin una reconciliación con Dios primero todo intento y trabajo de paz entre nosotros será solo efímero, sin una conversión todo consejo bíblico será  un maquillaje superficial y pasajero, pues para que haya paz, amor, unidad, cuidado, perdón, se necesita primero estar en paz con el autor de la vida y de la salvación y como resultado natural de ello, ya podemos estar en camino de establecer lazos con nuestros hermanos similares al que Dios ha establecido con nosotros. Hay dos cuestiones que tenemos que comprender para que las dificultades con nuestro prójimo no se transformen en un trauma y que impida que podamos tener relaciones de comunión. La primera y que es una cuestión obvia, es que en todo lugar, sea de cristianos, paganos, otros religiosos, etc., donde existan personas siempre habrán dificultades, interacciones problemáticas, falta de entendimiento, roces, malas interpretaciones, etc., etc., Donde hayan dos o tres ya hay multitud, cuánto más en todo grupo humano, y en esto todos los cristianos tenemos que entender que las iglesias no son el cielo. Hay mucho de mito en esto y es creer que el hecho de ser una congregación cristiana tantos piensan que allí no hay problema alguno, y cuántos erradamente se desencantan por esto y no siguen el camino, y a veces los mismos culpables son los cristianos o sus líderes que fabrican apariencias de completa armonía cuando la realidad que mientras hayan personas siempre habrán problemas propios de esas personas, y en esto las iglesias no escapan, y a veces hay dificultades de relaciones más complicadas que en otras instituciones en razón que no se asumen las posibilidades de situaciones desagradables y segundo por el hecho que las personas que se congregan en iglesias tienden a establecer lazos de más cercanía, compromiso, y emocionales con sus hermanos lo que hace que las dificultades de relaciones cuando suceden sean mucho más tensas y dolorosas. Hay pastores que se pavonean de que en sus congregaciones no hay dificultades de este tipo, y tiene como afiche propagandístico que incluso sus miembros no pecan. Es para la risa. Bueno en ese caso no necesitan la Biblia, que es un 90%, en especial el NT., de pautas y orientaciones como ser una iglesia que supere sus problemáticas internas y propias de los seres humanos. Y aquí llegamos a lo segundo que es más importante que lo anterior, que era solo la constatación de la realidad que se da que es propia en donde hay personas, y que se da como dice el dicho chileno, “aquí y en la quebrada del ají”, ahora lo que sí, y no todos tienen tampoco esa conciencia, es que existiendo esa realidad propia de los humanos, es que permanecen inertes ante esta problemática, y precisamente, lo que debe distinguir las comunidades de cristianos debe ser el anhelo y el trabajo de superación de cualquier mala relación hasta llegar a la paz, el amor, la unidad, la conciliación, el no hacerlo, es renunciar a uno de los aspectos del evangelio más clave, a uno de los objetivos centrales del corazón de Dios, que es hacer que los hombres no solo estén en paz con Él sino los unos con los otros. Y todo este capítulo como ya dijimos apunta en esa dirección y gran parte de las sagradas Escrituras. La iglesia, como se dice, sí  o sí, tiene que ser una comunidad de paz, si es que no quiere perder su sentido clave de ser Un Cuerpo. Pueden existir rencillas, como en todo grupo humano, pero no pueden dejar de existir esfuerzos de reconciliación, hasta “setenta veces siete”, la iglesia nunca debe descansar de ser una familia en paz que es uno de los bienes perdidos de la humanidad, la falta de paz es gran parte del paraíso perdido. Y para ello tenemos primero que tener conciencia de la problemática pero sobre todo la voluntad de hacer la Voluntad de Dios en esto tan señalada en la Palabra. El texto de hoy concluye este capítulo sobre este tema con una parábola, la Parábola del Perdón Como Dios nos Perdonó, llamada en otras ediciones bíblicas como la Jerusalén “Parábola del siervo sin entrañas”, la versión de El Libro del Pueblo de Dios y la NVI, lo titula, “la parábola del servidor despiadado”. Usted y yo podemos ponerle nuestro propio título si queremos y si creemos que se ajusta más a la verdad que está en el párrafo o al material escrito. Sólo quiero advertir en torno a esto que muchas ediciones bíblicas no fueron muy prolijas en la titulación de los distintos párrafos, si bien hubo un exhausto trabajo de traducción pero a la hora de titular o subtitular pareciera que hubo un descuido  o falta de precisión y esto no es poco, en especial sabiendo que la mente humana funciona mucho en base a la presentación de un párrafo y no lee nada más o muy poco algo más, aparte de lo que ya ha sido predispuesta y si fue mal predispuesta va a leer con la venda y no aprovechar el texto. Por ello hay versiones que prefieren no titular ni siquiera hacer separación dentro los capítulos para evitar interpretar los párrafos que es una de las cuestiones que pasan con las titulaciones y aparte que hay mucha gente que cree que los títulos también es palabra de Dios e incluso llegan más allá, pues cuando leen un párrafo comienzan leyendo el título que no es otra cosa que lo que los editores de determinada Biblia han hecho que como ya expliqué en muchas ocasiones hay una notable falta de precisión que puede llevar a una muy mala interpretación del texto. Cuidado con esto.
1.El Rey y su infinita bondad perdonadora (18, 23-27) Esta parte de la parábola es introductoria a la segunda parte, del 28 al 34, la cual es el objetivo principal de Jesús en esta enseñanza que es la conducta que espera Dios de parte de nosotros hacia nuestros hermanos. Pero esta primera parte en que se muestra la infinitud de Dios en tener un corazón comprometido en amor y salvación hacia el ser humano es indispensable para poder llegar a un buen puerto respecto a las relaciones entre nosotros. Así este primer párrafo es fundamental y base de nuestra conducta relacional, pues cuántas veces erramos en dar buenas soluciones de relaciones entre las personas sin primero ir por el camino de la paz con Dios. Ninguna paz con el prójimo, para que sea duradera y eterna, puede soslayarse de pasar por la senda de la conciliación con Dios. Todo esfuerzo que hagamos para que los hombres vivan en armonía no tiene consistencia sin primero entender que el Rey ante el ruego de su siervo tiene una capacidad de perdón infinita, señalada por la gran cantidad de talentos. Cada talento es una medida de valor que significa seis mil días de salario de un trabajador, multiplique eso por diez mil y usted en su país multiplíquelo por el valor aproximado y promedio del salario de un trabajador, a lo menos en Chile serían como 30 a 50 dólares, nos daría todo esto una cifra estratosférica, signo del perdón del Rey a nuestra pobre humanidad. El valor del perdón de Dios hacia la humanidad es inconmensurable, señalado en las cifras del perdón del Rey a su siervo, cuestión, desde el punto de vista del ejemplo imposible en la realidad de ese tiempo,  pero que Jesús lleva al polo más lejano para reflejar el inmenso amor de Dios sin medida a todos nosotros. Sin esta perspectiva, todo esfuerzo de perdón y reconciliación entre nosotros queda absolutamente sin sustento, el divino, el definitivo, el que se nos dona, el imposible hecho posible, el que nunca tiene el deber de hacerlo pero igual, Dios, que muestra que lo hace y de una forma total, absoluta, ilimitada, y nos faltarían los calificativos para describir tanto amor expresado en perdón y que sin ello sería imposible que la humanidad ni siquiera llegara a existir como lo expresan las historia viejas como el diluvio mismo. Por ello, si quisiéramos re-titular esta parábola poniendo el énfasis en esta primera parte, entonces nos cambiaría totalmente tal título y podríamos llamarla “la parábola del Dios infinito en perdón” por ejemplo. Sin embargo en la narración, si bien esta es una verdad testimoniada en toda la Escritura, el tema central o el objetivo último de esta parábola no es  mostrar la gracia infinita de Dios sino es requerir que los que le creemos podamos ser como Él en relación a nuestro prójimo.
2.El Siervo en su Inmisericorde conducta hacia su prójimo ( 18, 28-34, 35). Exactamente en el polo opuesto al de Dios esta parábola va a mostrar como muchas veces somos implacables contra nuestros hermanos, que al llamarlo la parábola “consiervo” (syndoulos), compañero, indica uno igual que él, ni siquiera siervo de él, sino un colega, uno igual, y al mostrar la suma, una insignificancia comparado con la gran deuda perdonada anteriormente, hace de este ejemplo el extremo mismo de la muestra de un corazón totalmente opuesto al de Dios, un corazón frío, indiferente, inclemente, que si bien era justo el cobro de la deuda pero no tomó ni siquiera en consideración el perdón obtenido anteriormente, lo que muestra como tantas veces los mismos cristianos no tenemos un comportamiento hacia nuestros hermanos que se alineé con el de Dios, y que nunca será sino lo mínimo que se nos pide de Aquel que dio lo máximo. Lo más que hemos recibido debe a lo menos ser un llamado a dar lo mínimo pero cuando nuestro corazón no permanece converso, cuando tenemos más hábitos religiosos superficiales que una relación real con Dios y con nuestro prójimo, nos hallamos  incapaces de ser esas personas que a lo menos puedan ser sensibles como lo es el Padre. No es que Dios nos pide ser como Él, no nos habla de perdonar diez mil talentos, sino apenas cien denarios, un denario representa el salario de un día de trabajo de un obrero. Mateo, el pastor, observa en su tiempo que en las iglesias esta situación de la falta de perdón en general son por cuestiones chicas, son por pequeñeces, y que en general se deben a nuestras carnalidades sobre todo, o a sensibilidades infantiles, que a la vez no había suficiente consecuencia entre la prédica del perdón de Dios con un ánimo de aplicarlo a nuestro diario vivir. Y he aquí el objetivo de toda esta parábola, que por  un lado nos muestra la gran e infinita bondad de Dios pero por otro la gran insensibilidad de una comunidad perdonada pero no suficiente perdonadora a la vez. Las amenazas y el castigo del Rey al cristiano inmisericorde, pertenecen al ejemplo, no tenemos que sobre enfatizarla y hacer doctrina de ella, sino al escribir en estos resultados es para poner como ejemplo, de cómo Dios no está dispuesto a permitir que por un lado tengamos fe y amor en y para Él y a la vez seamos egoístas, odiosos y abusadores con nuestro hermano, y esto se refuerza con la oración modelo que nos enseñó, cuando dice,” y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Cap. 6), siempre esa doble correspondencia, lo que algunos llaman lo vertical y lo horizontal, Dios y el prójimo, que no podemos independizar nuestra relación con Dios de la de nuestros hermanos, y que Juan tan magistralmente va a escribirnos en su primera carta. Acabo de leer hace poco que “si no fuera por el perdón no habría sociedad”. Nadie duda, a lo menos los cristianos, de lo maravilloso que es el perdón de Dios pero a todos nos cuesta poder hacer lo mismo y por mucho menos siempre con nuestro prójimo. El hambre y sed de venganza a veces es tan fuerte que puede opacar la mejor de las doctrinas de vida de parte de Dios con nosotros. Olvidamos fácilmente las grandes deudas que Dios nos ha perdonado pero nunca las de nuestros hermanos. Sabemos que Él “echa al fondo del mar nuestras culpas”, pero nosotros las mantenemos en la superficie aún las menores de nuestros congéneres. Esta parábola, llena de amenazas terribles no tiene otro objetivo de ser un llamado fuerte, enfático, claro, a que vivamos en relación con nuestros hermanos lo que el Padre con sus hijos.
II. Misión Para la Vida (desde el 15 de Noviembre de 2009 hasta que nos empoderemos de esta palabra-parábola y lograr perdonar de corazón a nuestro hermano) (p Manuel SHC)

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